martes, 14 de junio de 2022

Sobre la escritura jurídica

Una buena escritura jurídica presupone el dominio de ciertas técnicas, para alcanzar claridad, síntesis y belleza o elegancia. Las tres virtudes pueden estar relacionadas, pero es mejor analizarlas por separado, porque facilita encontrar lo que se requiere para obtenerlas. 


I. Claridad 


Para escribir con claridad se necesita al menos lo siguiente:


Uno: ante todo, hay que conocer y comprender bien la materia de la que se escribe. Horacio decía que “el principio y la fuente del arte de escribir bien es la sabiduría”. Quizá no sea necesario ser sabio, pero sí por lo menos comprender el campo sobre el que uno escribe, para tener algo para decir y entender lo que va a decirse. Algo así, sin embargo, no lo proporciona ningún curso de escritura. 


Dos: es necesario escribir correctamente, según las reglas de formación de las palabras y de las oraciones. No soy experto en esto, pero creo referirme a que un presupuesto de la buena escritura jurídica es conocer una gramática un poco superior a la básica. Saber cómo se construyen los tiempos, cómo se forma un plural, cómo se usan los puntos, las comas, los puntos suspensivos y los puntos y comas, entre otros. Aunque a veces creemos saber bien estas reglas, la verdad es que no es así. Pensamos saber usar bien el plural, hasta que tenemos que definir si escribimos le o les, lo o los, etc. Asumimos saber usar las comas y los puntos, pero las frases están llenas de comas entre el sujeto y el verbo, y los puntos seguidos escasean en los textos. Y así hay otros ejemplos. A veces, no aplicar bien estas reglas es irrelevante para la claridad, pero tener un mejor dominio del idioma contribuye a que escribamos mejor. No sobraría un curso de gramática con una selección bien pensada de lo que amerita un refuerzo. 


Tres: por último, para un estudiante es importante conocer buenos modelos de explicación. No se trata de simplemente darle reglas, sino de mostrarle prácticas que se consideren buenas formas de explicar algo. Por ejemplo, tal vez no todo el mundo comparta esta opinión, pero en mi formación era estimulante leer a Norberto Bobbio, por su claridad. Durante un tiempo quise descifrar qué hacía a Bobbio tan claro y encontré que tomaba primero una gran idea, y luego la desmenuzaba lentamente, a veces la exponía más de una vez con distintas palabras, y luego recogía esos elementos de nuevo para exponerlos como un todo. Tal vez fue Aristóteles quien dijo que un buen orador -y en general un buen expositor- se parece a la nana de un bebé: le tritura los alimentos para convertirlos en papilla y facilitarle la ingestión. La idea es que los estudiantes sean introducidos a las técnicas de explicar algo sencillamente. 


II. Síntesis 


La síntesis se relaciona con la claridad, pero son atributos distinguibles. Puede haber textos a la vez claros y, para algunos, demasiado extensos. Pienso en grandes novelas magníficas o en tratados brillantes. A menudo, sin embargo, la falta de síntesis incide en la oscuridad de un escrito, porque la claridad en los textos (jurídicos) es un atributo no solo interno al escrito, sino también social o intersubjetivo: soy claro si los demás me pueden entender sin dificultades especiales, y dejo de serlo si esas dificultades representan una barrera en la práctica. Con los escritos demasiado largos, el lector se fatiga y pierde en ocasiones la concentración o la paciencia para captar o hilar las ideas escritas. Por eso la síntesis incide en la claridad. Pero no es solo por claridad que los escritos deben ser sintéticos, sino además por la economía del lector y por el respeto a su tiempo. Para que haya síntesis en la escritura, hay que pensar al menos en cuatro cosas. 


Primero, la función o el sentido de un párrafo. Mi hipótesis es que un factor de fracaso de un escrito es la falta de una concepción funcional clara acerca de lo que hace un párrafo en un texto. No tener una buena teoría sobre los párrafos lleva a menudo a que los textos se vuelvan repetitivos, o a que los argumentos queden incompletos, o a que el lector tenga que juntarlos como en una especie de rompecabezas. Todos podemos estar de acuerdo en que un párrafo es cualquier conjunto con sentido de oraciones. Pero esa definición mínima no nos orienta bien cuando queremos escribir brevemente. Necesitamos tomarla y construir sobre ella una concepción propia y adecuada para lo que buscamos. Por ejemplo, yo creo que un párrafo es un conjunto de oraciones que idealmente agota una gran idea, un argumento, o una buena parte de un episodio. Esta concepción ordena el texto y evita redundancias. Es una ortopedia contra la verborrea. Como un párrafo agota la idea o el argumento, ya el próximo párrafo tiene que tener otra idea u otro argumento. Eso a veces hace que los párrafos sean demasiado largos y que deban quebrarse. Pero al menos hay una distribución más consciente en varios párrafos.


Segundo, los textos jurídicos comúnmente consisten en trabajar con textos de otros, que debemos unir a los nuestros. Necesitamos citar y extraer ideas o conclusiones de la ley, la jurisprudencia, la demanda, un contrato, etc. Buena parte de los problemas de extensión, oscuridad y debilidad de los escritos jurídicos proviene de la falta de técnica sobre cómo traer textos de otros a los nuestros, para interpretarlos e insertarlos en una estructura fluida, propia y fuerte. Hay que pensar no solo en cómo citar o parafrasear, sino también en qué citar, en cuándo hacerlo, en cuánto citar y en cómo hilarlo todo. Un mal escritor junta muchas citas, resulta incapaz de articular una idea propia en medio de una cantidad asfixiante de textos ajenos, y no logra construir algo robusto a pesar de tener el concurso de muchos otros. Deberíamos contar con una formación generalizada acerca de cómo lidiar con maestría, en un texto escrito, con lo que han dicho los otros.


Tercero, también es importante pensar en la estructura general de todo un texto. Qué va primero, qué va de último, qué hay en el medio y cómo debe ir cada cosa. A veces, puede ser difícil comprender un escrito, porque quien lo hizo cree que siempre se debe empezar “desde el principio” o “desde lo más general” para llegar al final o a lo más particular. Y resulta que no. Hay modelos narrativos o argumentativos que ofrecen alternativas. Cuando uno empieza a contar una historia muy larga desde el principio, sin ningún tipo de técnica narrativa, o cuando comienza a explicar una gran estructura argumentativa desde lo más general, el lector tiene que tardar a veces mucho tiempo de lectura para entender de qué se trata la historia o para comprender la trama argumental. Y en algún punto podemos perderlo, en detrimento de la comprensión de lo escrito. Empezar desde el principio quizá funcione en ciertos ámbitos, pero no somos Poe, ni nuestros textos son narrativas de consumo como las novelas policiacas. Escribir o leer sobre derecho debe ser un ejercicio de consciencia de la escasez de tiempo y de paciencia del lector.


Finalmente, hay que hacer un mínimo proceso de edición. Lo ideal es que otra persona revise lo que uno escribe, pero eso no siempre es posible. Cuando no lo es, uno mismo debe hacerlo. No solo para corregir errores, sino además para buscar síntesis. Bertrand Russell cuenta que después de escribir algo, lo volvía a leer para suprimir palabras innecesarias o remplazarlas por otras más cortas. Si uno es capaz de hacer eso a sangre fría con sus propios textos, su longitud se reduce así sea un poco y contribuye a la brevedad. 


III. Estética 


En cuanto a la belleza o el estilo, es difícil transmitir un único modelo como el correcto. La idea no es castrar la diversidad estética, pero sí comunicar la necesidad de mantener alerta la consciencia del estilo. Yo diría que, para lograrlo, hay que enseñar que es posible la belleza jurídica a través de diferentes estilos, y mostrar que también puede lograrse mediante palabras comunes y, ojalá, cortas. En nuestro medio, hay una tendencia a utilizar palabras arcaicas, o estructuras barrocas, saturadas de detalles, así como a recurrir a metáforas extravagantes. Cuando apenas me formaba como abogado, sentí enorme atracción o fascinación por ese lenguaje adornado y extraño. Pero ahora me siento saciado por palabras tan artificiales, por estructuras tan difíciles, que distan mucho de las que usamos en forma oral. 


No quiero equivocarme: hay que usar los diccionarios, entender las palabras y encontrar sinónimos. El lenguaje es un instrumento exuberante. Pero la idea es cultivar una práctica en la cual los escritos no se diferencien exageradamente de como hablamos. El lenguaje oral es obviamente distinto del escrito. Sin embargo, tiene algo que enseñarle a este sobre claridad. No es escribir como hablamos. Es innegable que el lenguaje escrito tiene algo especial. Y el jurídico escrito tiene, además, una técnica, unas palabras que no es correcto remplazar por otras. Pero eso no quiere decir que tengamos que buscar palabras o formas de expresión rebuscadas para aparentar que todo es técnico. La técnica es una barrera entre los abogados y las demás personas, y por eso debemos tratar de no incrementarla innecesariamente. Schopenhauer decía que los escritores alemanes debían pensar como un gran espíritu, pero escribir con el lenguaje de todo el mundo. Era una admonición contra las grandes palabras aparatosas. Nosotros debemos pensar como grandes abogados, pero tratar de que nuestros escritos jurídicos hablen el mismo lenguaje de todo el mundo, hasta donde sea posible. 


IV. Repetición 


Finalmente, nada de esto es suficiente, sin un trabajo constante. Voltaire pensaba que la facilidad en la exposición era en ocasiones fruto del genio o del esfuerzo. Si no somos genios, para escribir bien se necesitan entonces técnicas, pero además práctica, repetición, esfuerzo. Escribir es un oficio que solo mejora con el repetido ejercicio de ensayar y corregir. John Stuart Mill cuenta que sus libros siempre los escribía dos veces: primero en borrador y luego empezaba desde cero a escribirlos de nuevo, tomando del borrador inicial solo algunas frases o fragmentos vigorosos o bien logrados. Eso les daba precisión a sus producciones. No basta, pues, ningún curso de escritura, si no se hace un continuo esfuerzo por escribir bien.