Historia de un rescate
Mientras trabajé
en la Corte Constitucional, desarrollé una afición por la historia constitucional
colombiana. Por desgracia, los libros viejos no son los más vendidos, y muchos
solo se consiguen en librerías de segunda. Desde hace varios años frecuento
entonces las librerías de viejo del centro de Bogotá en busca de joyas, y allí
fue donde un día encontré por azar este libro: “Carlos H. Urán”, decía, y
estaba en casi perfecto estado. Naturalmente, yo sabía quién era Urán. Cada 6 y
7 de noviembre, en el Palacio de Justicia hay alguna forma de conmemoración de
la tragedia del 85. Y por haber trabajado tanto tiempo en el Palacio, esos
hechos han formado parte de mis pensamientos recurrentes. Tenía claro, pues,
quién era Carlos Horacio Urán, pero no sabía que hubiese escrito un libro. Y si
lo había hecho, ni sospechaba que fuera de historia o teoría política. Lo
compré, como hacemos los gomosos de los libros, para el futuro. Pero en algún
momento quise liberarme de objetos acumulados, y este libro pasó por mis manos.
“¿Me deshago de él?”, pensé. Y lo incluí en una caja para regalar. Por suerte,
algo me hizo sacarlo de la caja y lo rescaté para mi. Acabo de leerlo y siento
que es importante hacer una reseña para intentar rescatarlo de nuevo, esta vez del
olvido del público.
El libro viejo del joven Urán
Ahora me parece
absurdo, pero es un hecho que varias de las personas con quienes he hablado acerca
de él desconocían la existencia de este libro. ¿Cómo es posible, pienso en
estos momentos, que no sea mejor conocido? Personas cultas, juristas que
expresan un interés por la historia política y constitucional del país, o que
se han sentido conmovidas por los hechos del Palacio de Justicia, ven el libro
o me oyen hablar de él y me preguntan: “¿Este es el mismo Carlos Horacio Urán
del Palacio de Justicia?”. Y luego lo ojean con interés. Por desgracia para
ellos, por ser un libro ajeno, no alcanzan a observar los detalles que yo
disfruté. Ahora los comparto con ustedes.
El libro se
terminó de editar en 1983, cuando Urán tenía 41 años de edad. Pero él dice en
alguna parte que ya estaba terminado un año antes, o sea en 1982, y que de
hecho su esquema estaba listo desde 1978, cuando estudiaba en Paris. En otras
palabras, la base de este estudio admirable la concluyó Carlos Horacio, quien
nació en 1942, cuando tenía apenas 36 años. Los mismos que yo tengo ahora,
cuando sería incapaz de escribir algo así. Urán era entonces abogado, y más o
menos por esa época su destreza jurídica era al parecer sobresaliente, pues
consiguió hacer una pasantía en el Consejo de Estado francés, que le sirvió
para destacarse en el medio nacional y obtener un cargo en el Consejo de Estado
colombiano. Pero además de abogado, este libro demuestra que trabajaba con habilidad
en ciencias sociales, lo cual es poco usual para los juristas.
Entre las
cosas admirables que deja una primera ojeada del libro es que en una época como
en la cual le tocó vivir, con muchas menos facilidades que ahora, la
bibliografía usada por Urán está en español, francés e inglés, y se conforma por diferentes clases de fuentes que a su vez versan sobre diversos
campos del saber. La exposición histórica es a la vez sintética y viva, y está
sustentada en publicaciones periódicas privadas y oficiales de la época de los
hechos, así como en monografías, biografías y libros historiográficos de
diverso tipo. Pero el libro no es solo un relato del Gobierno de Rojas, desde
su ascenso hasta su caída, sino eso esencialmente aunque en un marco narrativo
y teórico más vasto y profundo. Para ofrecer una teoría sobre esos hechos, Urán
se apoya no solo en datos, documentos y trabajos sobre la situación política de
aquel tiempo, sino también, por ejemplo, en análisis sobre la coyuntura
económica y la lucha sindical de la época, en trabajos sobre historia militar,
policial y clerical de Colombia, en documentos sobre las relaciones exteriores
del país con sus pares en la región y con otros estados del globo.
La sola
narración que hace Urán de la antesala del golpe, de cómo este se produjo, y de
cuál fue su desenlace, es interesante y seria. Con una síntesis que en estos
tiempos resultaría inusual, escribe los hechos más significativos,
esencialmente a partir de la Revista Javeriana de la época en que ocurrieron.
Para esos efectos revisa sus números, yo diría que integral y meticulosamente,
desde por lo menos 1948 hasta 1958. En esa fuente encuentra una amplia riqueza
documental que nutre buena parte de los relatos del libro con noticias,
discursos, declaraciones y pormenores de la vida política del país en aquel
tiempo. Pero el autor también toma la información, en ocasiones, directamente
de El Siglo, El Espectador, El Tiempo, El Colombiano, y de manera esporádica de
diarios provinciales y fuentes públicas como el Diario oficial.
Aunque,
desde luego, el interés de Urán me parece que no era tanto hacer la historia
del régimen de Rojas, como proponer una teoría. ¿Cuál? La voy a decir en mis
propias y quizá imperfectas palabras: el gobierno de Rojas fue una “dictadura”, entre
comillas, con varios apellidos o adjetivos. “Dictadura” entre comillas porque fue más bien
usurpación política; es decir, apropiación del poder por fuera de las reglas de
transmisión de mando, sin constituir un nuevo régimen político, ni alterar el
sistema de legalidad y legitimidad, lo cual no significa que hubiese carecido
de margen para la manipulación de las instituciones. Los apellidos (adjetivos) de esa dictadura, pienso yo, son todos bastante extraños, pues parecen discordantes con el sustantivo: dictadura en cierto sentido involuntaria, ya que no procede de una determinación inequívoca del estamento militar; dictadura con una vocación provisional o transicional; fruto además de un golpe de opinión (no de toma violenta o sangrienta del poder republicano),
ejercida bajo tutela civil (con Ospina Pérez como el supremo tutor), terminada
por el poder civil al que seguía subordinado en el fondo el militar, dictadura militar
en que el poder militar era fungible, que intentó crear un sistema de legitimación
propio de una democracia, y que en algún punto buscó desechar el bipartidismo pero terminó por
reciclarlo.
Al concluir
Rojas y la Manipulación del Poder,
recordé una frase atribuida a Kierkegaard: la vida solo puede vivirse hacia delante,
pero solo puede ser comprendida hacia atrás. Algo similar se puede decir de
esta historia narrada y teorizada por Urán. Cuando se observa el periodo
comprendido por este libro desde adelante hacia atrás, y con los lentes de Urán,
el lector queda con la impresión de que el poder civil acaso entregó voluntaria y temporalmente
la conducción del poder público en las Fuerzas Militares, como
parte de una estrategia audaz de más largo plazo para asegurar su auto-conservación. No es entonces la historia
típica de una dictadura que irrumpe violentamente en el régimen democrático para dominar militarmente el orden civil. Parece más bien una
maniobra en la cual altos dirigentes civiles ceden casi que solo formalmente el control del poder público
a la Fuerza Armada en una situación de profunda crisis política, pero mantienen
el control remoto (no absoluto, eso sí) de las condiciones que hacen posible el
gobierno. Logran esto gracias a que el poder militar había tenido una relación
tradicional de subordinación al civil, pero también a causa de un manejo
inteligente de las relaciones públicas, de estrategias de manipulación y
propaganda políticas, de alianzas partidistas y gremiales muy íntimas y
solidarias, de realineamientos tácticos, y de conocimiento de la tradición
legalista y militar colombiana.
El maestro Carlos Horacio Urán
Es posible,
por supuesto, que entre la edición de este libro y el día de hoy existan
revisiones de sus hallazgos y conclusiones. No soy experto en ese periodo pero,
por ejemplo, gracias al libro de Cajas hoy sabemos que la narración de Urán
hace una referencia epidérmica a la relación entre Rojas y la Corte Suprema de
Justicia, y al casi pasar por alto Urán minusvalora una de las tensiones
políticas más fascinantes y reveladoras de la época. A lo mejor la revisión de
esa otra dimensión de la historia habría llevado al profesor Urán a introducir
ajustes a sus análisis y conclusiones. Es indudable que este valioso libro
tiene entonces límites. Pero incluso con ellos, el texto de Carlos Horacio
ofrece valiosos referentes para los interesados en el derecho constitucional.
Nunca he
tenido muy claro qué quiso decir exactamente Oliver Wendell Holmes Jr., cuando
aseguró que la vida del derecho no ha sido lógica, sino experiencia. Creo, sin
embargo, que si tiene sentido afirmar que la vida del derecho constitucional ha
sido ante todo experiencia, eso se debe a que su evolución no es tanto fruto de
desarrollos dogmáticos puramente lógicos, sino de luchas frente al abuso y la
desprotección. Y el libro de Urán deja también lecciones de derecho
constitucional entendido como experiencia (como respuesta a la experiencia,
mejor), al enseñarnos una etapa de profundas rupturas institucionales, para remediar
las cuales fue necesario apelar a la reforma constitucional. El libro de Urán
es casi un tratado de teratología constitucional: trata de actos como el cierre
del Congreso, la censura de prensa, el abuso de la fuerza coactiva del Estado,
la manipulación y deformación grotesca del poder constituyente, la función del
sabotaje civil al poder público, y la ‘reconstitución extra-constitucional’ del
orden político (esa especie de oxímoron institucional colombiano que fue el
plebiscito inconstitucional de 1957).
Termino el libro y la reseña con la sensación amarga de que se perdió tempranamente para el país una mente brillante y escasa. Juristas como él, capaces de combinar la destreza jurídica con el dominio de otras disciplinas, son pocos y han escrito capítulos fascinantes de la jurisprudencia que nos llena de orgullo. Urán nos quedó debiendo varios de esos pasajes. Es una lástima que su talento haya quedado truncado y que, además, hoy sepamos tan poco de su obra intelectual (hablo sobre todo de mi caso personal). Me hace recordar un poema de Milosz. Cuando un hombre muere, dice el poeta, es como si cayera una poderosa nación:
“[…]
Su tierra que una vez
proveyó de cosechas está saturada de cardos
Su misión olvidada, su
lengua perdida,
El dialecto de un pueblo
puesto sobre inaccesibles montañas”.