lunes, 23 de marzo de 2015

VENCER SIN CONVENCER

"Todo nuestro sistema político y cada uno de sus órganos, el ejército, la marina, las dos cámaras, todo eso es apenas un medio para lograr un solo fin: el de asegurar la independencia a los doce jueces de Inglaterra".[1]
David Hume.

Me imagino asistiendo a ese auditorio. Plena guerra civil española y un general de nombre Millán-Astray asiste como orador a la Universidad de Salamanca. Intervendrá en minutos ante un público numeroso y fanático. A su lado está un pensador de nombre Miguel de Unamuno, rector de la Universidad. El general Millán-Astray ha perdido en la guerra un brazo y un ojo. Durante su intervención, en el auditorio que escucha al general se oye el grito inflamado de un insensato: "¡Viva la muerte!", dice, como muestra de respaldo por quien tiene la palabra. Luego, esa expresión de irracionalidad es seguida por un coro que grita consignas irreflexivamente al comando del general. Unamuno toma la palabra. No se puede perder la esperanza en el género humano. Dice, y yo me emociono: "A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia". Y a continuación explica la absurda paradoja que encierra el grito de "¡Viva la muerte!". Tras terminar Unamuno, Millán-Astray retoma la palabra e insiste: "¡Viva la muerte!", exclama de nuevo. Y agrega otro error: "¡Abajo la inteligencia!". Pero la inteligencia no ha muerto. Unamuno está en pie:

"Venceréis –dice- porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitarías algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho".[2]

Asisto ahora a un auditorio vociferante de otra época. Pleno 2015 en Colombia y estoy ante un grupo de voces que no me son del todo conocidas. Escucho una denuncia contra un Magistrado de la Corte Constitucional por presuntos hechos de corrupción. Luego vienen la prensa y sus analistas. Quiero decir: la sagrada prensa y sus sabios analistas. La denuncia se convierte entonces –y de un modo ascendente y sorpresivo- en un escándalo de corrupción que envuelve a todos los magistrados y a la Corte. En un escándalo de corrupción causado por la Constitución de 1991. Por la acción de tutela. “Guerra en la Corte”, dice El Espectador. “Terremoto en la Corte”, dice Juan David Laverde,  periodista de la misma casa. “Balacera en la Corte”, dice este en otro momento. “Incendio en la Corte”, declara Francisco Barbosa, analista – y PhD en Francia, según sus referencias-. “Esto es peor que la toma violenta del Palacio de Justicia”, dicen el ex Presidente Andrés Pastrana y Ramiro Bejarano. Alusiones a la tragedia humana colectiva. A la muerte. A la violencia. Al miedo. A la rabia. Al odio. Al rencor. Los instintos más primitivos de la psicología humana contra nueve jueces. Contra “el más débil de los tres departamentos del poder”, diría Alexander Hamilton. 

No tardan en aparecer los ecos en el auditorio. Un universo compuesto a su vez por la sagrada prensa y los sabios analistas. Y por la ‘opinión pública’. Esa gran causa y ese gran efecto. Principio y fin del poder público. Poder constituyente originario. Dios omnipotente del derecho constitucional. Oigo el eco de sus gritos desesperados: “¡Viva la revocatoria de los jueces!” “¡Abajo la Corte!” “¡Abajo sus nueve miembros!” “¡Bienvenido el escándalo!” “¡Bienvenidas las acusaciones, aunque vengan sin pruebas!” “¡Abajo la Constitución del 91!” “¡Abajo la tutela (en especial contra sentencias)!”. Muchas de estas palabras vienen sin signos de exclamación. Pero da lo mismo que los tengan o no. Hay una histeria colectiva. Un llamado a gritos a la acción. La inteligencia –el pensamiento- para después. José Manuel Acevedo convoca a los jóvenes a gritar que esto debe cambiar, y luego a pensar en qué es lo que debe cambiarse. “Primero la revocatoria. Luego pensamos qué hacer”. “Primero la renuncia de todos. Luego pensamos qué sigue”. ¡Abajo la inteligencia! ¡Abajo el juez! ¡Abajo la discusión razonable! ¡Bienvenido el escándalo! He dicho que no se puede perder la esperanza en el género humano. Ahora ratifico esa declaración. Pero debo agregar que esa renovada fe no nos da licencia para obrar irreflexivamente. Como ciudadanos estamos presenciando una nueva época. Experimentamos la sensación de tener un poder que se nos había negado. Ejerzámoslo entonces, pero con responsabilidad. No tenemos derecho a embriagarnos con el poder ciudadano hasta perder el control. O lo mejor de nosotros. Y algo de lo mejor es la Corte.

Necesitamos mesura. Es decir: pausa, reflexión, duda, crítica, inteligencia, arrepentimiento. La acción puede (o debe) venir después. Primero hay que pensar bien. En lo que se dice y en la opinión que tomemos a partir de lo que leamos. El discurso reciente es sin embargo una jungla de falacias. Todo es igual para los rapsodas. Es lo mismo delinquir que ser sindicado de hacerlo. Es igual delinquir que no ser valiente. Es igual violar la ley que no elegir bien. Es igual una falta legal que dejarse tentar por una invitación halagadora. Es lo mismo acusar que decir la verdad. No hay ningún gobierno sobre un opinador irresponsable. Hay que vacunarse en primer lugar contra el lenguaje hinchado e hiperbólico: sin que haya un solo muerto, se compara esta situación con una guerra, un terremoto, una balacera, un incendio, una toma violenta del Palacio de Justicia. Dios nos libre de algo así. Entre tanto, sin embargo, vale más no dejar apagar el escándalo que ser exactos en la información y el análisis. Es más fácil componer una frase vistosa que construir un buen argumento. Es mucho más sencillo ocultar los vacíos de una investigación periodística a partir de frases provocadoras que nublen el pensamiento con indignación, que irlos llenando poco a poco artesanal y honestamente incluso al precio de desvirtuar la hipótesis que desencadenó el escándalo sobre la institución.

Luego viene la prevención contra la toma de la parte por el todo: lo que hace un integrante lo hace la Corte; lo que hacen uno o dos destruye a la institución; la institución son sus nueve integrantes (incluso dos lo son todo). Este lenguaje simplista y falaz pasa por alto que la Corte es una institución. Que un magistrado o incluso los nueve son apenas parte de ella. No son el todo. Si se van hoy, mañana los remplazan otros. Lo demás permanece. No es válido ni conveniente reconocerles el poder de ser toda la Corte. Una Corte no está compuesta solo por magistrados. Una institución tiene una historia, unas reglas, una jurisprudencia antecedente, unas convenciones internas, un estilo, una reputación, un compromiso político, y un equipo humano. Sobre todo un equipo humano. Los magistrados de la Corte son jueces, están dentro de unas reglas, trabajan en un Estado de Derecho, en una República, con un cuerpo de individuos reflexivos, críticos, pensantes, incapaces de obedecer ciegamente una orden ilegítima. Una cosa es entonces la parte; es decir uno, dos o incluso más magistrados. Otra cosa es el todo; es decir la institución. Una cosa es cuestionar a los jueces. Otra muy distinta es cuestionar la figura del Juez.

Para terminar debemos estar alertas de no caer en la trampa de la ‘ignorancia del elenco’. La elusión del debate. El atajo de quien no tiene argumentos en su poder. O el de quien no tiene poder en sus argumentos. Los adversarios de la tutela, del control constitucional, de una Corte Constitucional, de la Constitución del 91, todos ellos han carecido durante todos estos años de argumentos convincentes para promover su reforma o desmonte. Ahora, también sin argumentos, creen que el escándalo es el modo apropiado para promover sus viejos prejuicios o sus nuevos caprichos. Si un juez es sindicado de corrupción, eso debe ser suficiente para desmontar sus doctrinas. Si un juez es sindicado de corrupción, no hay que volver a los flojos argumentos contra su jurisprudencia sino avivar el escándalo para agitar la reforma. Más allá de si está bien o no la tutela contra sentencias, ‘algo huele mal en quienes las resuelven’. Luego hay que reformar la tutela contra sentencias. Más allá de si está bien o no el control constitucional sobre el poder de reforma, ‘algo huele mal en quienes ejercen el control’. Luego hay que desmontar esa facultad. El cocinero no hace buenos platos porque le es infiel a su mujer. La cirujana no es buena en sus intervenciones porque la descubrieron saltándose la fila del supermercado. El escritor compone malos poemas porque no paga a tiempo sus impuestos. Es difícil encontrar falacias más evidentes.

Quienes –más allá de querer controlar el poder para evitar su corrupción- están contra la tutela, una Corte independiente o la Constitución del 91 podrán vencer, porque parecen ser muchos, muy decididos, y además poderosos y valientes. Vencer no sé a quién. A los más débiles, seguramente. Quizás a ellos mismos también, pues la Constitución es la Carta de sus derechos, la tutela su supremo instrumento y la Corte su máximo juez. Con todas estas reservas, a lo mejor terminen venciendo. Pero sin convencer. Para convencer se necesitan razón y derecho, como decía Unamuno. Y creo que no tienen ni lo uno ni lo otro. Debería agregar, con Unamuno: “Me parece inútil pedirles que piensen en Colombia”. He dicho.




*Aclaro que soy funcionario de la Corte Constitucional. Hablo en mi nombre, autónomamente y consciente de la responsabilidad por el ejercicio de mi libertad de expresión.
[1] Esta frase pertenece al ensayo de Hume “Of the origin of government”. La traducción no es exacta, pero es una síntesis justa de dos frases allí expresadas. Ver http://hermetic.com/93beast.fea.st/files/section1/hume/extras/Essays,%20Moral,%20Political,%20and%20Literary.pdf
[2] Esto lo cuenta Hugh Thomas, en "La Guerra civil española". La versión la tomo de http://www.ac-grenoble.fr/disciplines/espagnol/file/mutualisation_1/themes/guerre_civile_espagnole/vencereis_pero_no_convencereis.pdf